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Esta frase dicha el 20 de enero en su toma de posesión bajo la cúpula del Capitolio, de nuevo la repitió en su primer discurso ante el Congreso el martes 4 de marzo. Aquí está la diferencia entre los dos mandatos de Trump. En el primero no era un hombre tranquilo, manejable, sino impulsivo, volcánico, con la idea de tener que cumplir una misión, y gobernó con la creencia de que su triunfo había sido debido a su buena estrella. Su rival, de entonces, Hillary Clinton, aún hoy, diez años después, sigue sin encontrar una respuesta que justifique su derrota.
En su segundo mandato hay una diferencia sustancial. Ahora su poder viene de Dios, “Él me salvó”, sostiene. Es la antiquísima idea medieval que argüían los reyes: mi autoridad viene de Dios, y actuaban en consonancia con ese mandato, no tenían que rendir cuentas a nadie y realizaban las mayores atrocidades, recogidas por la historia a lo largo de los siglos. Ahí tenemos el caso del dictador, Francisco Franco, nadie le disputó el poder durante cuarenta años, su capricho fue perenne, lo legitimó esculpiendo en las monedas esta leyenda: “Francisco Franco, Caudillo de España, por la gracia de Dios”. No, el poder vino de las armas, Dios no se inmiscuyo en ese berenjenal, que desembocó en la guerra civil de 1936.
En Pensilvania, en julio de 2024, el tirador erró su disparo, apenas logró rozar la oreja de su víctima. ¿Debe, por tanto, Trump su triunfo a esa oreja sangrante; o más bien a la funesta política demócrata? Lo que sea que haya sido, el Trump del discurso ante las dos cámaras del Congreso, el 4 marzo, mostró a un presidente ebrio de grandeza: “Hemos logrado más en 43 días que la mayoría de gobiernos en cuatro u ochos años. Y apenas estamos empezando”.
Diálogo de besugos
El discurso puso de relieve a dos partidos que no se pueden ver ni en pintura. A lo largo de la noche, un discurso de 1 hora 40 minutos, las palabras de Trump eran replicadas por la oposición demócrata. Al representante demócrata de Texas, Al Green, a solicitud de Mike Johnson, presidente de la Cámara, el sargento de armas lo sacó del hemiciclo porque lanzaba voces a cada palabra del orador. Fue un momento que alborotó el avispero.
Los legisladores demócratas habían planificado el saboteo del discurso desde muchos días antes. Así, de esta manera, es difícil que cualquier democracia subsista. Ese es el zeitgeist -espíritu de la época- que vemos en todas partes: democracias en estado catatónico, inoperantes a la hora de resolver los problemas, lo más notorio en el accionar de los gobernantes de hoy -y seguramente de siempre- es la tendencia a convertir sus intercambios políticos en un auténtico diálogo de besugos: no ceden jamás, se obstinan en una opinión equivocada, acordar algo es prohibido, se abrazan ideas de grupo no porque sean verdaderas, llegan al extremo de gritar con quien grita más fuerte, y como dice el refrán, “Dale un clavo al testarudo y lo clavará con la cabeza”.
A cada aplauso de los republicanos, los demócratas levantaban pequeños letreros negros con frases como “falso”, “Musk roba” y “salvemos Medicaid”. Cuando Trump empezó a hablar de recortes fiscales, Rashida Tlaib, demócrata de Michigan, levantó su tableta: “Empieza por pagar tus propios impuestos”. Otros demócratas optaron por salir del recinto durante el discurso.
Otro problema añadido es la subdivisión de la división de los demócratas que, tras la derrota, vuelan sin el horizonte artificial que guía a los pilotos. No se han puesto de acuerdo sobre cómo deben actuar. “Los progresistas quieren la confrontación, mientras que los moderados temen que esto desanime a los votantes centristas que pueden devolverlos al poder”, dice el WSJ.
Clark Judge
Fue uno de los redactores de los discursos tanto del presidente Ronald Reagan como del vicepresidente George Bush, dice que con el discurso de Trump en el Congreso se puso el último clavo en el ataúd del reconocimiento de los demócratas como el partido político de la compasión, así llamado por Franklin Delano Rooselvelt en 1933.
En los 100 primeros días y sus meses siguientes, FDR, demócrata, se encargó de enderezar una economía y de levantar la moral que los americanos cargaban desde el colapso de 1929 que la incompetencia de la administración Hoover fue incapaz de gestionar provocando un descalabro mundial, esto llevó al Partido Demócrata a ponerse los ropajes del ‘partido compasivo’, el partido de los hombres y las mujeres comunes, el partido que sí aplicaba la justicia social, el partido de los desheredados.
Para el discurso del martes 4 marzo se invitaron a algunas personas, “los descamisados”, como solía llamarlos Eva Perón. Familias que perdieron a sus seres queridos asesinados por inmigrantes ilegales, la viuda de un policía de NY asesinado, un joven que superó un cáncer y cuyo único anhelo era ser policía (en el discurso se robó el show porque Trump dijo: “voy a pedir a Sean Curran, director del Servicio Secreto, que te convierta oficialmente en agente del Servicio Secreto de los Estados Unidos”). Mientras los republicanos aplaudían, los demócratas sacaban sus tarjetas negras, al escuchar cada historia.
Para Clark Judge esta impasibilidad de los demócratas frente a estas historias humanas enterró la idea de los demócratas como ‘partido compasivo’. “Esa era política de 92 años llegó a su fin. Para siempre. Para siempre”, sentenció Judge en Fox News.
Arancel, espada de Damocles
En su discurso defendió los aranceles, que constituyen los goznes de su política gubernamental. Para él su idea es nítida. Si otros países imponen aranceles, EE. UU. se los impondrá. “Eso es recíproco, de ida y vuelta”, dijo. Este tire y afloja genera stress en la geopolítica mundial. El 10 de marzo Trump manifestó que los aranceles a México y Canadá podrían ser de más del 25%. Justin Trudeau es una víctima colateral del juego de dominó del presidente americano, se tuvo que ir del gobierno de Canadá, luego de casi 10 años en el poder.
Su sucesor, Mark Carney, ha dicho que buscará no dejar que Trump “tenga éxito”. Esto significa -pobre democracia- que Carney no tiene agenda y su idea es todo, menos sensata. Carney nunca ha ocupado un cargo electo, es un exejecutivo de Goldman Sach y fue gobernador del Banco de Inglaterra y del Banco de Canadá. Se autodenomina pragmático y prometió, el 9 de marzo cuando fue elegido, aumentar las ganancias de capital.
Claudia Sheinbaum, presidenta de México, en su conferencia de prensa diaria -ella sigue el lineamiento implantado por AMLO, de hablar todos los días con el pueblo mexicano- del 10 marzo, habló en un tono de lógica jurídica al invocar el TLC que no impone aranceles de México a Estados Unidos. “Por lo tanto, EE. UU. no tendría por qué imponer aranceles a México”, dijo la presidenta. Aunque, como dijimos antes, citando a Rusell Banks, Trump no reconoce tratados internacionales. Él sólo responde a Dios por sus decisiones.
A Trump nadie lo saca de su idea de ver en los aranceles una herramienta para impulsar la economía estadounidense. En esta materia arancelaria Donald Trump se mueve entre la rubia y la morena: por un lado, está su secretario de Comercio, Howard Lutnick, un moderado en cuestiones comerciales, por el otro lado, está el antiguo lugarteniente de Trump, Peter Navarro -autor del libro Guerra a China, que Trump repasa a ratos- partidario de aranceles altos, además se opone a acuerdos comerciales. Que prime uno u otro de sus asesores es el gran dilema del magnate de Manhattan. El cabildeo está en el orden del día: General Motor, Ford, Stellantis, los tres mayores productores de autos del país, acuden a la Casa Blanca a pedir moderación al presidente, que luego les concedió la exención. Trump los acosa con una cosa: que la producción de autos vuelva al país del Tío Sam. ¿A alguien le parece improcedente este tipo de deseos? ¿No es lo que todos los gobernantes del mundo deberían querer para sus respectivos países?
¿Recesión? ¡Calle esos ojos!
Es la palabra más temida por los economistas de todas las tendencias. Keynesianos, neoliberales, colberianos, calvinistas, libertarios, etc. Aún seguimos trastabillándonos con la gran recesión de 2008, que inició su marcha triunfal con la anuencia de Reagan y Thatcher, hace 45 años, encargados de legitimar al monstruo, que tenía una mirada que fulminaba empresas, peor que los ojos de la medusa de Perseo. La economía (y la historia) no es asunto de generación espontánea, la genera el ser humano con sus éxitos o errores. La divina providencia, lo fortuito, la suerte, la baraka, son ajenas a los estropicios de mentes averiadas.
Ni Rasputín sería capaz de afirmar o negar si Trump acierta o yerra. Quien intente comprender a Trump -sería exagerado decir que es indescifrable- debe pensar que con él hay que negociar y que existe un, “El Arte de la Negociación”, como se llama su libro, escrito en compañía de Tony Schwartz. Para el presidente “todo es un acuerdo potencial y todo es una negociación”, dice John Lipsky de Atlantic Council, se trata de “aumentar el flujo de acuerdos desde una mentalidad empresarial. ¿Cuántos acuerdos hay sobre la mesa? ¿qué se puede negociar?”.
Los gurúes de lo catastrófico empiezan a agitar la bandera de la recesión, que podría ser el corolario de una insensata política arancelaria. No olvidemos que Joe Biden mantuvo los aranceles a China impuestos por la primera administración Trump y hasta apretó más en algunos productos. Los aranceles siempre han existido, desde la época de los sumerios.
Antes de subirse al helicóptero, el enjambre de periodistas que lo rodean, uno de ellos, de Fox News, le preguntó si este año habría recesión, y no dijo que no: “Odio predecir cosas así. Hay un período de transición, porque lo que estamos haciendo es muy grande. Estamos trayendo riqueza de regreso a Estados Unidos. Eso es algo importante, y siempre hay períodos, lleva un poco de tiempo”, dijo el mandatario el 9 marzo.
Musk y el Cybercab
“Recordatorio amistoso: Elon Musk no es el presidente”, se lee en una pancarta de un hombre que protesta frente a una exposición de Tesla en NY. Elon está generando controversia por su papel descomunal para reformar el gobierno federal con recortes radicales del personal y de contratos. Es fiel a su slogan: Moverse rápido y romper cosas. Esto tomó por sorpresa a muchos en Washington, y los demócratas lo acusan de violar la autoridad del Congreso, en materia de gastos. En su discurso del martes 4 marzo, Trump no le quitó un solo centímetro de su apoyo irrestricto al hombre más rico del mundo.
“Él no necesitaba esto. No lo necesitaba. Muchas gracias. Lo apreciamos”, dijo Trump a Musk quien asistió al discurso, muy elegante, traje oscuro, camisa gris y corbata azul marino, acudió sin su hijo, llamado X-AE A-12, (un nombre parecido a una excentricidad, de orígenes marcianos del año 3.110 d.C. que por lo general coloca en los hombros cuando está en el Salón Oval, bajo la mirada perpleja de Trump). Tras las palabras de Trump las miradas se dirigieron a Elon que fue aplaudido, mientras él levantaba el brazo y sonreía agradecido. Pero hay más, Trump señalando a los demócratas dijo: “Creo que todos aquí, incluso este bando, lo aprecia. Sólo que no quieren admitirlo”. Menudo varapalo recibieron los señalados.
Musk se lo está jugando todo, hasta su vida. Creo que es uno de los pocos hombres del mundo, que dice lo que le sale del alma, en asuntos políticos. En Alemania, en plena campaña electoral, apoyó a Alice Weidel, ultraconservadora de AfD, y criticó que Alemania vivía rehén de “la culpa del pasado”. Los partidos políticos tradicionales alemanes lo vilipendiaron y las ventas de coches de Tesla cayeron en esa nación.
Es locuaz, actúa con la velocidad del rayo, sin inhibiciones, parece vivir en el año 3.110, su personalidad se proyecta en el Cybercab, el coche que prescinde de los seres humanos, se conduce él mismo -no tiene timón, ni pedales- usted lo programa, y cybercab lo lleva al punto elegido-, ¿es Elon el reverso de la personalidad de un Donald que vio en él la consumación de una mente, que sólo elegidos como Tolkien o Bradbury han logrado plasmar en la literatura sus fantasías? Vale la pena, aquí y ahora -12 marzo 2025- plantearse la inteligente pregunta que se hace Bloomberg: ¿Hasta qué punto Musk trabaja por cuenta propia y cuánto control tiene Trump sobre él?
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