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Esta misma semana se reúne en Múnich la Conferencia de Seguridad Europea con la guerra en Ucrania como tema central. Aunque en realidad lo que se va a discutir es el plan de paz propuesto por el presidente Donald Trump y expuesto por él y por sus portavoces oficiales con suficiente ambigüedad como para que él pueda desdecirse sin perder demasiado crédito político. Quienes lo van a discutir son los países europeos, miembros tanto de la UE como de la OTAN, porque es a ellos a quienes corresponde aceptar o no el papel que Trump les ha asignado en la que se supone va a ser una nueva fase de la guerra. Un papel que implica las siguientes obligaciones. La primera, la más obvia, aceptar el plan, que empieza con un próximo alto al fuego en la línea del frente, cuyo fin último es el congelamiento del conflicto hasta nueva orden. La segunda exigencia es la de elevar el gasto militar europeo de manera significativa, tanto por parte de los países de la UE que todavía no invierten en el mismo el 2% de su PIB que les exigió Trump durante su primer mandado, como por parte de aquellos que ya lo hacen, pero que deberían incrementarlo hasta el 3% – como pide el Mark Rutte, el secretario de la OTAN- o hasta el 5% – como lo pide el propio Trump.
El objetivo de este incremento del gasto militar es, según sus defensores de ambas orillas del Atlántico, aumentar notablemente la capacidad de Europa de hacer frente a “la amenaza rusa”. Objetivo congruente con otro punto importante del plan de paz de Trump: el establecimiento en territorio ucraniano de 100.000 soldados de los países europeos de la OTAN, que ofrecerían sobre el terreno “garantías de seguridad” al régimen de Kiev inmediatamente después que se acuerde con Rusia el alto al fuego.
Obviamente estos puntos resultan problemáticos para países como Alemania, Francia, España o Italia, cuyas economías y cuyas finanzas públicas no atraviesan su mejor momento. Para ellos, el aumento exigido del gasto militar resulta difícil, dado el alto grado de endeudamiento de todos ellos. Este aumento no podrá hacerse en la situación actual más que por la vía del endeudamiento. No bastan los recortes de los gastos sociales, porque estos gastos ya se han recortado tanto que un nuevo recorte no va a ser suficiente.
La burocracia de la UE atrincherada en Bruselas es consciente de que nuevas emisiones de deuda pública, con lo que supone de inyección masiva de liquidez al mercado, no harán sino agravar la inflación que padecen las economías europeas y deteriorar aún más los ingresos de los trabajadores. En respuesta están apelando a la “contabilidad creativa” y diseñando unos sofisticados instrumentos financieros con el propósito de esconder – literal o mejor numéricamente- el aumento de deuda exigida para financiar la parte que le corresponde a los países de la UE en el plan de paz de Trump.
No cabe descartar que los milagros de la ingeniería fiscal no logren acallar sin embargo la resistencia política a estos planes. Los patriotas o soberanistas – a la que los medios hegemónicos califican habitualmente de “ultraderechistas” – no parecen muy de acuerdo con este punto del plan. Y es de esperar que, en Alemania, la izquierda representada por De Linke y la coalición Sara Wagenknecht se oponga. Como lo harán la Francia Insumisa y Sumar y Unidas podemos en España. El problema es que sus esfuerzos en este sentido chocan con la realidad de que hoy mismo no existe en Europa un movimiento de masas pacifista como los que se dieron en los años 50, 60 y 70 de siglo pasado, cuando la posibilidad real de una catastrófica guerra mundial librada con armas nucleares ocupaba un lugar importante en la conciencia colectiva. Quizás porque la eficacia de la actividad periodística y publicitaria financiada en USAID ha logrado minimizar la amenaza para la humanidad que representa el desencadenamiento de una guerra nuclear. Y maximizar, por el contrario, el mensaje alarmista de una Europa amenazada de muerte por una Rusia dirigida por el autócrata de Putin.
Haya o no resistencia a su plan, Trump cuenta con a su favor con su arma preferida: el chantaje. Ayer mismo amenazó con poner en breve aranceles al aluminio y al acero
Pero haya o no resistencia a su plan, Trump cuenta con a su favor con su arma preferida: el chantaje. Ayer mismo amenazó con poner en breve aranceles al aluminio y al acero, uno de los componentes importantes de las exportaciones de la UE a Estados Unidos. Y lleva días repitiendo que Europa tiene que hacer algo para remediar el superávit de su balanza comercial con Estos Unidos, que él cifra actualmente en 350.000 millones de dólares y Financial Times en 223.000. Si no lo hace va a imponer aranceles punitivos a las importaciones procedentes de Europa.
Este chantaje tiene propósitos políticos, como los tuvo y los tiene el chantaje que Trump viene de hacerle a Canadá y México. En el primer caso para forzar en primera instancia a sus industrias a trasladarse a Estados Unidos. Y en segunda instancia para obligarle a incorporarse abiertamente a los Estados Unidos. En México ya sabemos el resultado. A cambio de un aplazamiento de los aranceles del 25 % a los productos importados de México, el gobierno de Claudia Sheinbaum se comprometió a enviar a 10.000 militares mexicanos a la frontera norte para bloquear el contrabando de fentanilo y la inmigración ilegal. Cumplimiento inesperado pero, cumplimiento al fin y al cabo, de una antigua promesa: “Voy a construir un muro y lo van a pagar os mexicanos”.
En la Conferencia de seguridad de Múnich de esta semana, los países de la UE se enfrentan al siguiente dilema. O aceptan el incremento del gasto militar exigido por Trump en aras de equilibrar la balanza comercial con Estados Unidos, con importaciones multimillonarias de armamento norteamericano. O se enfrentan a aranceles del 25% a sus exportaciones, con las consecuencias que eso tiene para sus maltrechas economías. Úrsula von der Leyen no ha esperado a las deliberaciones de la conferencia de Múnich. Ayer compareció ante las cámaras de televisión para declarar, en primer lugar, que en marzo publicará un Libro blanco sobre la política de defensa de Europa que, de seguro, se ceñirá al plan de paz de Trump. Para añadir, a continuación, que la fidelidad de la UE con su aliado histórico es inquebrantable. Por lo me atrevo a anticipar, corriendo sin embargo el riesgo de equivocarme, que la conferencia de Múnich de este año va a respaldar el plan de paz de Trump. Y que este apoyo se va a traducir en la continuidad de la guerra en Ucrania. En su enquistamiento. Los voceros oficiales de Rusia han dejado en claro que su país no aceptara ningún “congelamiento” del conflicto. Porque lo que la Federación rusa quiere es un auténtico tratado de paz, que contemple sus legítimas preocupaciones de seguridad y conjure la posibilidad de que la guerra en Ucrania se reinicie en cualquier otro momento. Mientras no lo consiga creo que seguirán en guerra en Ucrania.
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