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“El miedo es una herramienta muy efectiva que usan los dictadores para mantenerse en el poder y controlar la mente del colectivo. Autores como Eric Hoffer sostienen que los déspotas utilizan el miedo y las ideologías para movilizar a las personas y así asustarlas y someterlas.
Michel Foucault, por su lado, ha explicado cómo las personas con poder totalitario utilizan la vigilancia y la amenaza de castigo para doblegar y mantener dominadas a las sociedades.
Friedrich Hayek ha planteado que algunos gobiernos inyectan a la población miedo de inestabilidad económica o a una crisis, como una justificación para centralizar el poder y arrebatar las libertades individuales y económicas”.
Estos son apartes de un texto escrito por el filósofo y psicólogo mexicano Guillermo de la Harry, que hace referencia a la estrategia que ha seguido el ahora expresidente Andrés Manuel López Obrador, pero cae como anillo al dedo para describir la táctica que ha venido usando en Colombia Gustavo Petro.
A Petro, como a Amlo, esa herramienta le está resultando muy efectiva.
Basta ver lo ocurrido con los hallazgos del Consejo Nacional Electoral en la campaña Petro Presidente, que llevaron a este ente a formular cargos por la presunta vulneración del régimen de financiación de las campañas.
Según el CNE, la campaña petrista omitió los reportes de varios aportes y pagos y, además, habría sobrepasado en más de $5.000 millones los topes de financiación.
A pesar de que la investigación formal apenas comienza, la acusación reviste la mayor gravedad y pone en serias dudas la legitimidad del triunfo petrista.
De comprobarse lo manifestado por el CNE, Petro no habría competido limpio y su triunfo se debería a los ríos de dinero que le inyectaron a la campaña.
El presidente reaccionó a esta decisión a través de una alocución que arrancó asegurando que “hoy se ha dado el primer paso de un golpe de Estado contra mí como presidente constitucional, elegido por más de 11 millones de ciudadanos”.
Petro aseguró que esa determinación es la “mayor afrenta a nuestra democracia en la historia del país” al tiempo que hizo un llamado a “la movilización generalizada del pueblo colombiano para la defensa irrestricta de la democracia”.
En los días siguientes el gobernante arreció en sus amenazas al anunciar que convocará asambleas populares y al advertir que si lo “tumban” irá por el poder total.
Mejor dicho, la respuesta de Petro frente a las graves sindicaciones que le hizo el CNE fue meter miedo. Lo que muchos imaginaron, tras escuchar a Petro, es que se nos viene un estallido social mucho más violento que el del 2021. Y no pocos ya vislumbran que estamos en los albores de una guerra civil.
Con lo cual queda más que demostrada la eficacia de la herramienta del miedo de la que habla el filósofo y psicólogo mexicano. En los días posteriores al anuncio del CNE nadie habló de las gravísimas irregularidades cometidas por la campaña petrista.
La conversación giró en torno a las advertencias de Petro y a que tan cerca estamos del apocalipsis que anuncia el Presidente.
Es momento de hacer una pausa, respirar profundo y analizar qué tan posible es que este país se encienda porque van a “tumbar” a Petro. En ese sentido hay que tener claro que el Consejo Nacional Electoral no puede destituir al mandatario. Aunque sí está facultado para investigar la campaña y para sancionar a los directivos de la misma.
En el caso del presidente, lo máximo que puede hacer el CNE es imponerle una multa y compulsar copias de su fallo a la Comisión de “absoluciones” de la Cámara de Representantes, organismo facultado para investigarlo.
En caso de que esa célula legislativa halle méritos, puede abrir un proceso. Y podría llegar a acusar a Petro ante la plenaria de la Cámara. Y de allí el caso pasaría al Senado.
Es claro que la legislación colombiana está diseñada para que, en aras de la estabilidad institucional, destituir al presidente de la República resulte prácticamente imposible.
Si no se cayó Ernesto Samper a pesar de que quedó demostrado el ingreso de 7 millones de dólares del Cartel de Cali a la campaña que lo llevo a la Presidencia, ningún presidente se va caer. Al menos por esta vía.
Además, el petrismo cuenta con las mayorías en la Cámara, con lo cual cualquier investigación en contra del Mandatario allí se hundiría. Y como si fuera poco, el tiempo no da. Cualquier proceso duraría más que los 20 meses que le al actual gobierno.
Petro, a lo Samper, “aquí está y aquí se queda”
Con lo cual, Petro, a lo Samper, “aquí está y aquí se queda”. Y él lo tiene claro porque conoce de primera mano cómo funciona el Congreso de este país. El menos asustado ante la perspectiva de que lo tumben es el propio Gustavo Petro.
Entonces, si no hay riesgo de que lo tumben, por qué arma semejante “escandola”. Con fines netamente electorales. Ante el fracaso de su gobierno y la caída vertical de su favorabilidad, el Presidente está recurriendo a victimizarse para despertar la solidaridad del electorado.
A un año y medio largo de las elecciones presidenciales el único camino que le queda para recuperar el apoyo que tuvo es despertar la indignación del pueblo y que los colombianos en el 2026 salgan a votar por el candidato petrista en protesta por la persecución de la que fue objeto su líder. Y porque, de acuerdo con la narrativa petrista, la “oligarquía” le impidió materializar las reformas que pretendía implementar.
A eso sí hay que tenerle miedo. A que en el 2026 sea elegido el candidato del petrispo. Porque cuatro años no son suficientes para destruir un país, pero ocho pueden serlo.
Mejor dicho, no hay que tenerle miedo a las consecuencias que puede generar que tumben al presidente, porque eso no va a ocurrir. A lo que definitivamente hay que temerle es a que el petrismo se atornille en el poder.
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